Un paseo literario por Segovia
UN PASEO LITERARIO
POR SEGOVIA
Jueves,
4 de mayo de 2017. Los alumnos de 2º de la E.S.O. quieren vivir, paseando por
las calles, los valores éticos: y nos vamos a recorrer la ciudad. Hace un
tiempo espléndido. Después de pasar lista y recoger los permisos de los padres
nos fuimos por la acera. Hay un rumor de voces y risas y alegría juvenil
desparramada. Cruzamos por la comisaría y nos dirigimos a San Millán: allí
haremos nuestro primer alto en el camino; es un paseo literario por Segovia y
todos tenemos un par de líneas, un par de versos, que vamos a recitar; nos
detendremos en distintos lugares y cada uno leerá los suyos. Y hasta
encontraremos a un señor que, viendo en nosotros no sé qué cascabeleo ideal,
nos recitará unos versos escritos por él mismo; después sabremos que ha sido
pastor de ovejas; un pastor empapado de cultura; de cultura popular.
La
iglesia de San Millán es un monumento a la convivencia (cuerpo románico, torre
mudéjar). La Mujer Muerta es un monumento a la paz (como ella, muchos se interponen
entre los rivales para que no se maten; como ella, mucha gente muere por la
paz). Andrés Laguna fue médico de pobres y ricos (no sólo es un modelo de
humanismo, también lo es de humanidad). Pero hay en Segovia otros ejemplos de
intolerancia: el propio barrio de San Millán, conocido como barrio de las
brujas; o la leyenda de María del Salto, condenada a muerte por enamorarse de
un joven que profesaba otra religión. Visitar Segovia es resucitar el tiempo
recorriendo el espacio; y comprobar que, como en otras ciudades, se han
alternado momentos de intolerancia con momentos de diálogo, de comprensión.
Hemos
recorrido el arco del Socorro para contemplar la plaza del dómine Cabra; y
allí, sentados junto a Agapito, los chicos han leído a Quevedo y a María
Zambrano; y hemos recordado la obra de Agapito Marazuela, empeñado en
preguntarles a los más viejos para que las canciones más viejas no
desaparecieran con ellos: después, nos hemos perdido por la hontanilla, por el
puente del Piojo; y hemos recordado ese otro puente por el que los judíos
llevaban a sus muertos para enterrarlos en el pinarillo; un puente que, como un
camino fantasmal, unía la Segovia intramuros con la Segovia extramuros; la
ciudad de los vivos con la ciudad de los muertos; después, sobre el Clamores,
hemos formado otro corro junto a la roca, envueltos entre los árboles, no lejos
de la fuente de la juventud; y allí hemos leído a Baroja, a Julián María Otero,
a Machado; “en Segovia, una tarde de paseo / por la alameda que el Eresma
baña”: hemos llegado a la Fuencisla. Allí, entre gritos y risas, nos hemos
recogido una vez más (ya las alegrías juveniles andaban alborotadas), y en otro
semicírculo los chicos han leído a Gerardo Diego (“yo nací para amar y a nadie
odio”); a Azorín, otra vez a Machado… Sobre nuestras cabezas piaban los
pájaros; en nuestros oídos, el sonido del silencio; en nuestros estómagos, un murmullo
de bocadillos llamando desde las mochilas.
Descanso.
Hemos disfrutado de la paz del aire, la alegría del sol, el fresco de la
hierba, los juegos de San Marcos; después nos hemos ido a la iglesia del
Carmen. Desde allí hemos visto a San Juan de la Cruz, sus “mil gracias
derramando”; hemos contemplado el Siglo de Oro, la mística de Santa Teresa
dibujada en sus paredes; hemos recordado el valor del silencio, que no sirve
sólo para escuchar a los demás, sino para escucharse a sí mismo; y por un
momento hemos experimentado la vida sin móviles, sin aparatos, sin otra música
que no sea la de los árboles y los pájaros; después, quien ha querido ha
visitado la urna donde reposaron los huesos del poeta; y la Fuencisla; los
otros se han quedado trotando en la arboleda, haciendo parcours o practicando
gimnasia con los aparatos que había en el lugar; y quien ha querido ha ido
también junto a la iglesia para aliviarse.
Después
hemos bordeado el Eresma por la casa de la moneda hacia el Parral; pero avanzaba
ya el tiempo y no ha habido más remedio que recortar las actividades. Subiendo
por la muralla hemos recordado a Daoíz (la sed nos arrojaba ya en brazos de la fuente,
sudorosos y cansados). Hemos recordado la historia de la vieja catedral, hoy
desaparecida, y la guerra de los comuneros. La inteligencia de las mujeres de
Zamarramala. Y allí, en el mirador, hemos recordado a Azorín (“el camino se
aleja culebreando, polvoriento, hacia un poblado que emerge en el horizonte”).
Nuevamente a Machado, que hablaba con Guiomar. Y el tiempo apretaba y se nos ha
quedado Unamuno en el tintero (“el Parral, escombro de preces / entre ruina de
tumbas, ora”); Ramón Gómez de la Serna, con sus greguerías sobre la catedral
(“no hay plumeros para limpiar la catedral. Por eso huele al polvo menudo de
los siglos”); sobre el acueducto (“paradójico puente por el que pasa el río”,
“rascacielos primero”, “cedazo del tiempo”). Juan Ramón Jiménez, Mariano Grau,
Elena Fortún nos han faltado; y el Machado de los proverbios (“todo necio /
confunde valor y precio”). Queríamos hacer mucho y sólo hemos hecho la mitad:
el tiempo, la tiranía del tiempo; por Juan Bravo, por la Canaleja, por la
avenida del Acueducto, el instituto nos esperaba.
Hemos
conocido la vieja pluma de los grandes escritores que han pasado por Segovia; y
hemos paseado con ellos. Hemos tocado con los dedos del alma (algunos, sin
tener conciencia de ello) los ladrillos de nuestra historia, que son los
ladrillos de los que estamos hechos. Hemos vislumbrado apenas (para esto no ha
dado tiempo) que el arco de la cultura tiene una clave de bóveda, que es la
crítica. Y hemos convivido entre nosotros sin gritos ni exabruptos, desde la
horma de los valores éticos que estamos estudiando. Al final, todo se resume en
unos versos de Machado:
Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.
(Mariano,
Fuencisla y Vicente. Departamento de filosofía).
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