CORAL MARAZUELA
CURSO
2016/2017
ATRÉVETE
A PENSAR
CONCURSO
DE FILOSOFÍA (PRIMERA CONVOCATORIA)
Coral Marazuela.
I.E.S. Andrés Laguna,
2º cde bachillerato.
Primer premio.
Si bien el tiempo como magnitud
física es cuantificable, sujeto a unidades, así como a la medida de las mismas;
en un entorno en que se concibe desde una perspectiva filosófica, atañe a su
percepción, al modo en el que el ser humano se relaciona (tanto incluyéndose,
como observándolo, hasta donde le sea factible, de manera externa a sí mismo) con
el punto de partida del lapso, su conclusión o la duración de éste. Hallándose
intrínsecamente ligados el contenido de los periodos con el modo en el que el
sujeto adjetiva su prolongación. Asimismo, influye la escala en que se abarque
el elemento, dado que no “asimila” de idéntica forma el tiempo en presente, en
dosificación de cada intervalo visto individualmente o tratándose de una
actualidad, que como globalidad visto el conjunto de los años cual bloque de
amalgama de experiencias, de recuerdos (con o sin sus consiguientes lagunas de
todo aquello que habiendo sido vivido no ha generado huella en su memoria).
Se afirma la brevedad
de la vida contemplándola desde sus fases finales situándose en la posición que
otea hacia atrás, hacia el colectivo sin conciencia singular, la que posee en
la etapa si no contraria, previa, la de una realidad por tomos en la que se
protagoniza plenamente cada escena y se proyecta mediante la intencionalidad al
futuro (ya que social y personalmente, por retroalimentación entre las dos, del
grupo que afecta a sus partes y del individuo que lo conforma con posibilidad
de transformar el planteamiento general, asumirlo incorporándolo como propio o
conservar el suyo, aunque adulterado por el conflicto y convivencia de la masa)
siendo el concepto de la duración de la vida más largo.
Por otro, y a la vez
en el mismo lado, el amor ha tendido a considerarse con la cualidad de un ente
sobrehumano, que simultáneamente nace de él (y le pertenece) y se halla fuera
de él, trascienda a la existencia que lo genera, incluso a las leyes racionales
del mundo que lo engloba o que según esta misma sentencia no lo haría.
La humanidad ha
buscado (aun ahora continuaría con ello) en el amor un ápice de lo místico, de
una realidad que le sobrepasa y ejerza de fuente para sus aspiraciones, motivaciones,
anhelos, etc. Pese a los descubrimientos científicos que darían su explicación
tanto a este como a otros sentimientos por acción de distintos procesos y
sustancias que incumben más al cerebro (si no de manera exclusiva) que, al
corazón, la mentalidad de las personas prosigue aferrándose a esa posible
brecha que se le escaparía a la biología en su aclaración.
Podría sugerirse el
surgimiento de las teorías “místicas” que circundan y tratan de lleno al amor
como una intolerancia a creer que en la visión científica se resume todo, que
las pasiones y afectos del hombre resultan confesarse ser un mero fruto de la
química. Igualmente a la investigación cual inconformismo, rechazo hacia la ignorancia
y consecuente exigencia de unas causas lógicas; de otro modo, una intolerancia
hacia lo espiritual. De este modo ambas se repudian y deslegitiman, en un caso
por mundano (terrenal, llamándolo de tal forma por vulgar e insuficiente), en el otro por el antónimo, por exceso de
ensoñación y escasez de base que atienda a la realidad física, experimentable y
racional.
En un aspecto social,
aún en nuestros días, pervive la idea de que si un amor es verdadero dura para
siempre (lo que incumbiría a la mención de éste como eterno) pues quienes de él
fueran partícipes superarían las adversidades propuestas por el tiempo gracias
a este vínculo, con la fuerza suficiente para traspasar barreras. Junto a esto,
la supuesta complementación de los amantes, la unión de sus trayectorias por el
sino y otros mitos que han crecido alrededor del amor convirtiéndolo (no como
emoción, sino como relación social afectiva entre personas) en un símbolo de
toxicidad, posesividad y valores dañinos para los involucrados. Todo en pro de
la monogamia como único modelo válido e impuesto por la mayoría, si bien como
escribía F. Engels tiene su fundamento en la economía familiar y patriarcal, y
su continuidad en el fomento y normalización de los componentes.
Considerado esto, se
incluiría un elemento de medida supuesta como definitiva dentro de un
recipiente finito (el amor y la vida respectivamente), quedando todavía un
porcentaje libre para ocuparlo con otros. Pues a pesar de la concepción del
amor como un “ente” eterno, inconmensurable, éste no implica que goce de la
exclusividad de la vida humana, sino que coexiste con terceras experiencias también
incluidas en el completo que configura la existencia. Lo que no respetaría esa
característica de la perpetuidad es la medida del tiempo como corta, cabiendo
en un espacio limitado amplio un infinito y no así en uno más breve.
Se establecería que
este sentimiento juega en otra dimensión, una que participa en la vida (por lo
que precisa de ella) coetáneamente encontrándose ajena a ella (de ahí la
incoherencia espacial). En los puntos en que es un factor dependiente no se
igualaría con lo fugaz, con un lapso tan sumamente acotado que pudiera
calificarse de escaso, ya que se tilda de eterno y sufriría una contradicción; mientras
que en un periodo extenso e intenso permitiría la concepción de que este se
conjuga con la eternidad, acercándose a ella en duración y alcanzándola de
pleno en su profundidad, en un infinito cualitativo antes que cuantitativo,
donde el número significaría una contribución, el tiempo desarrollo para el
germen de la misma inmortalidad.
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